"Es muy triste que los pétalos caigan
porque el viento los arrastra
pero más triste es que una vida
deba terminar en plena primavera"
Bueno, continuamos con la apasionante historia de los 47 ronin y, en este capítulo, ya nos metemos de lleno en el meollo del asunto.
Como recordaréis por la entrada anterior, después de su triunfo militar en el año 1600, Hideyoshi Tokugawa implantó un sistema político, el conocido posteriormente como shogunato Tokugawa, basado en una cierta división de poderes entre el Shôgun o gobernante de facto del Japón y el emperador, que si bien era el símbolo del máximo poder en Japón, en la práctica lo era sólo del poder espiritual y religioso.
Y para simbolizar la armonía y las buenas relaciones entre el Shôgun y el emperador, este último enviaba cada año una embajada ante el Shôgun, que era recibida por éste con todos los honores haciéndose acompañar de dos de sus daimyos o señores feudales que, cada año, eran elegidos por sorteo a tal efecto.
En el año 1700, gobernaba en Japón el quinto Shôgun de la familia Tokugawa desde Hideyoshi: Tsunayoshi, un tipo que si pasó a la historia del shogunato fue por delegar muchas de sus tareas de gobierno en sus consejeros, por su desmedido afecto por los perros (promulgó leyes para favorecer su cuidado y castigando con la pena de muerte a quien no las cumpliera, llegando a ser apodado como "el Shôgun perruno") y por el asunto de los 47 ronin.
Tsunayoshi, el Shôgun perruno
Así pues, el año comenzó con los preparativos para recibir a la consabida embajada imperial. Sin embargo, aquel año la embajada iba a ser un poco más especial que en años anteriores por diversos motivos: por un lado, formando parte de la embajada, no venía un embajador cualquiera de la corte, sino el mismo padre del emperador, el emperador retirado Reigenu (en aquella época los emperadores solían retirarse después de unos años de reinado para dejar el puesto a sus sucesores); por otro lado, la embajada de aquel año, aparte de presentar sus respetos, tenía otro encargo de gran significación: entregar un decreto imperial para ennoblecer a la madre del actual Shôgun, algo que a éste le interesaba mucho pues era vox populi que su madre era de origen plebeyo (se decía que su padre, es decir, el abuelo del Shôgun, era nada menos que un vendedor de nabos) y ello redundaba en el menoscabo de la figura del Shôgun ante sus gobernados. Pero por fin todo ello iba a quedar resuelto con el decreto de ennoblecimiento.
Es por ello que, aquel año, la ceremonia que iba a tener lugar revestía mucha más importancia que otros años y era fundamental que todo se desarrollase "como la seda".
Ese año, los daimyos agraciados por el "sorteo" para recibir a los embajadores imperiales fueron el señor Date, del feudo de Yoshida, y el señor Asano Naganori, de Akó, un pequeño feudo rural situado a unos 700 kilómetros de la capital.
Asano es, precisamente, uno de los protagonistas de esta historia: un joven (en aquel momento tenía poco más de treinta años) de una orgullosa y noble familia venida a menos pero todavía celoso de su estatus y sus tradiciones.
Y si toda buena historia tiene que tener un villano de altura, ésta no podía ser menos y he aquí el nuestro: el, en palabras de Borges, infame maestro de ceremonias Kira Yoshinaka.
Kira era el encargado de aleccionar y educar a los dos daimyos seleccionados en los usos y maneras de la corte para que no cometieran ningún error grave en el elaborado procedimiento de protocolo que tendría lugar durante la ceremonia de recepción de los embajadores imperiales. Sin embargo, había dos problemas: Kira no era noble sino un funcionario elegido a dedo por el Shogûn y, para más inri, un funcionario corrupto (¿nos suena de algo eso?) que había instaurado por cuenta propia la costumbre de recibir cuantiosos "regalos" o compensaciones económicas (dicho en plata: unos sobornos como una casa) a cambio de sus lecciones de protocolo. Nada nuevo bajo el sol, vamos.
Estatua que representa al infame y corrupto maestro de ceremonias
Kira Yoshinaka
El señor Date, deseoso de evitarse problemas, enseguida se avino con la citada "costumbre" y pagó su parte para congraciarse con el avaro maestro de ceremonias pero Asano no se mostró tan dispuesto como su compañero a "pasar por el aro". En su mentalidad de noble al servicio del Shôgun, pensaba que puesto que él tenía que cumplir con su obligación, sin protestar y haciendo frente a todos los inconvenientes que ello le producía, por qué iba a tener, además, que pagar por algo que también era la obligación del maestro de ceremonias, es decir, su trabajo, aquello para lo que había sido designado. Así que se negó en redondo a pagar ningún tipo de soborno.
Como es natural, Kira se tomó aquello como un desaire personal y, desde aquel momento, se dedicó a hacerle la vida imposible al pobre Asano: mientras instruía adecuadamente al señor Date se negaba a hacer lo mismo con Asano, ocultándole información para hacerle cometer errores a propósito, haciéndole así quedar en evidencia ante los demás de la corte y luego mofándose públicamente de él.
La esposa de Asano que, como las de los demás daimyos, vivía en la capital, conociendo el carácter orgulloso e irascible de su esposo, le recomendaba paciencia, rogándole que no cometiera ninguna imprudencia y que procurase aguantar pues, en unos días, todo aquel suplicio habría terminado. Lo mismo hacía su compañero el señor Date, que le enseñaba posteriormente a Asano todo aquello que Kira le había enseñado al uno y ocultado al otro, mientras le aconsejaba que no se preocupase pues si, finalmente, algo salía mal en la ceremonia el responsable último sería Kira como maestro de ceremonias y éste no sería tan tonto como para arriesgarse a perder su lucrativo puesto por culpa de una ceremonia mal ejecutada.
Asano veía la verdad en todo ello pero su carácter impetuoso le hacía cada vez más imposible soportar las sucesivas humillaciones que el maestro de ceremonias le infligía y el último día, el día decisivo, el día en que los embajadores imperiales estaban siendo recibidos en el palacio del Shôgun, ocurrió el desastre.
Ese último día, viendo que ninguna de sus provocaciones había surtido efecto en el noble Asano y éste se iba a salir con la suya, Kira decidió intentar un último desprecio. Nunca ha quedado muy claro que fue lo que hizo Kira: según unas versiones humilló a Asano haciéndole agacharse delante suyo para que le atara un zapato mientras se burlaba de él; según otras hizo un comentario despectivo en voz alta acerca de la fidelidad de su esposa; en otras insultó a Asano por sus maneras rurales y campesinas... Da igual, el caso es que aquella fue la gota que colmó el vaso, Asano no pudo más y desenvainando su wakizashi (los samuráis llevaban dos espadas atadas a la cintura: la wakizashi o espada corta y la katana o espada larga, tipo sable), se lanzó sobre el sorprendido Kira.
Éste, que realmente no había esperado que su insulto surtiera tanto efecto, se giró y retrocedió aterrado de tal forma que Asano sólo acertó a herirle levemente en la espalda. Al ver que había fallado, Asano lanzó otro golpe, esta vez contra la cabeza del maestro de ceremonias pero el rígido gorro ceremonial que éste llevaba, el eboshi, minimizó el impacto de tal forma que sólo alcanzó a recibir una leve herida en la frente que, no obstante, empezó a sangrar profusamente. Lamentablemente, antes de que Asano pudiera asestar un tercer y definitivo golpe, fue detenido por todo aquellos aquellos que se encontraban cerca de ambos.
Asano se lanza con su espada sobre el aterrado Kira. Nótese tirado en el suelo,
a la derecha, el eboshi, el gorro ceremonial que acaba de salvarle la vida...
a la derecha, el eboshi, el gorro ceremonial que acaba de salvarle la vida...
El cobarde Kira, creyéndose herido de muerte, empezó a lanzar sonoros gritos de auxilio y pronto acudió toda la corte al lugar del suceso. Asano fue rápidamente detenido y confinado mientras que Kira fue auxiliado comprobándose que sus "mortales heridas" no dejaban de ser unos leves rasguños superficiales.
Con los delegados imperiales en puertas, aquello pronto alcanzó las proporciones de un escándalo mayúsculo. El Shôgun fue prontamente informado y dio orden de que los enviados imperiales fueran trasladados discretamente a otras dependencias donde, finalmente, la ceremonia tuvo lugar sin que aquellos finalmente llegaran a enterarse de nada de lo sucedido. Sin embargo, el enfado del Shôgun no conocía límites. De haber llegado a oídos de los embajadores imperiales algo de lo sucedido, ello habría dejado muy en entredicho la imagen de control que el Shôgun decía tener sobre sus nobles.
Por si eso no fuera bastante, resulta que unos años antes, en 1864 y en presencia del propio Tsunayoshi durante una de las reuniones con sus consejeros, se produjo una trifulca durante la cual uno de ellos apuñaló a otro, antes de ser, a su vez, asesinado por los demás. El suceso dejo tal susto en el cuerpo de Tsunayoshi que prácticamente dejó de asistir a las reuniones del Consejo desde entonces y, además, promulgó una ley que condenaba con la pena de muerte a cualquiera que osara siquiera desenvainar una espada en el palacio del Shôgun.
Inmediatamente se inició una investigación. Asano admitió su culpa pero se negó a decir las causas de su ataque mientras que Kira se defendió alegando que no había habido provocación alguna por su parte. Sin embargo, tras interrogar a todos los testigos, pronto quedó claro para los magistrados la culpa que el malvado Kira había tenido en todo ello pero, a pesar de todo, sólo fue castigado con la inmediata pérdida de su cargo mientras que Asano fue rápidamente condenado a muerte.
El Shôgun que tenía un cabreo del quince al haberle estropeado nada menos que el día en que su madre iba a ser ennoblecida, quería evitar que el escándalo trascendiese de forma exagerada y, además, dar un escarmiento ejemplar ante todos sus nobles, así que todo se resolvió en el mismo día y de forma contundente: Asano debía morir. No obstante, como Asano era de familia noble y quedó probado que había sido provocado, se le permitió que, en vez de ser ejecutado de forma ignominiosa, muriera honrosamente a través del seppuku, la ceremonia que nosotros conocemos más popularmente como harakiri.
Así, esa misma tarde, sin tiempo siquiera de informar debidamente a su esposa o a sus samuráis, Asano, vistiendo el kosode, el traje ritual de color blanco usado en la ceremonia del seppuku, fue conducido al espacio separado por biombos donde tendría lugar el ritual. Como era costumbre, se le permitió escribir un último mensaje para los miembros de su Casa así como un breve poema de despedida, el mismo que hemos puesto al inicio de esta entrada. Tras ello, Asano se arrodilló serenamente sobre la tarima dispuesta a tal efecto, mientras el ayudante designado se colocaba a su lado con la mano en la empuñadura de su katana, presto a usarla cortando la cabeza del noble cuando el sufrimiento de éste se hiciera intolerable. Asano se abrió el kosode y cogiendo con una mano el wakizashi por su filo envuelto en papel blanco, guió expertamente con la otra mano la punta hasta el lugar de su abdomen donde comenzaría a hacerse la incisión, en el lado izquierdo justo bajo las costillas. Entonces, agarrando el wakizashi fuertemente con las dos manos, lo hundió profundamente en su abdomen haciendo después correr la hoja hacia el lado derecho y después hacia arriba, sajándose todo su vientre. Cuando el ayudante vio que Asano había completado el corte y el dolor le hacía inclinarse, terminó con su agonía cortándole la cabeza de un único y certero tajo.
Postal japonesa mostrando al noble Asano, con el traje ritual blanco,
escribiendo su poema de despedida y preparándose para realizar el seppuku
escribiendo su poema de despedida y preparándose para realizar el seppuku
Todo había concluido. Sin embargo, mientras la sangre de Asano se extendía lentamente sobre el paño blanco que cubría la tarima ritual, todos los presentes no podían dejar de preguntarse cómo se tomarían los vasallos de Asano la noticia cuando ésta llegara a sus oídos y cuál sería su reacción.
Pero eso lo contaremos en el próximo capítulo...
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