"Un millón de infortunios no pesan tanto
como una orden del señor.
Puesta en la balanza con una orden de mi señor,
mi vida es más ligera que una pluma".
Bueno, ha llegado el momento de continuar con nuestra historia de los 47 ronin...
Como recordaréis, habíamos dejado al noble Asano Naganori muerto y a los miembros de su casa todavía ignorantes de cuanto había sucedido.
La terrible noticia tardó unos cuantos días en llegar al feudo familiar en Akó que, como ya dijimos, distaba de la capital shogunal, Edo, unos 800 kilómetros. Además, en aquel entonces las comunicaciones se hacían sobre todo a pie, pues en Japón los caballos no solían ser utilizados como medio de transporte a causa de la difícil orografía del país siendo de muy limitada utilidad además de costosos de mantener. Los mensajeros, por tanto, iban corriendo o bien eran transportados en palanquines cerrados o abiertos (dependiendo de la importancia del pasajero en cuestión) acarreados por varios porteadores que iban turnándose a lo largo del camino y que eran capaces de mantener un paso rítmico y regular durante muchos kilómetros sin cansarse.
Un mensajero es tranportado a Akó con la noticia de la muerte del señor Asano
Tan común era esta forma de transporte que aún hoy en día se celebran carreras de palanquines en Japón:
El caso es que la noticia no llegó a Akó hasta unos cinco días después de la muerte de Asano y causó una gran consternación y más cuando, poco después de la llegada del mensajero comunicando la muerte de su señor, llegó otro con un mandato del Shôgun que decretaba la inmediata disolución de la casa de Asano y la cesión de su castillo y todas sus propiedades a otro daimio además de la prohibición expresa de tomar cualquier tipo de venganza sobre el propio Kira o su familia. Como hemos dicho anteriormente, una de las obsesiones del nuevo orden impuesto por los Tokugawa era precisamente esa, el orden, por lo cual las reyertas públicas entre familias de samuráis o las venganzas personales estaban estrictamente prohibidas bajo pena de muerte.
Todos los samuráis del castillo, unos doscientos setenta en total, se reunieron inmediatamente alrededor del Consejero Ooishi Kuranosuke, la mano derecha de Asano y su hombre de confianza cuando él estaba ausente, para saber cómo debían actuar. Ooishi no sólo era el principal consejero de Asano sino también su amigo más querido pues, aunque unos años mayor que su señor, se habían criado y educado juntos desde la infancia.
La indignación entre todos era patente y más, después de enterarse de que el causante de la desgracia de su señor, el malvado Kira, apenas había sido castigado. Un dilema se imponía además: ¿debían mostrar su obediencia al poder establecido, al shogûn, acatando sus órdenes o debían mantenerse fieles al recuerdo de su señor y oponer resistencia ante tamaña injusticia?
La situación era complicada pues todo el mundo, no sólo los vasallos de Asano, veía la injusticia de la situación y esperaba que sus samuráis tratasen de cobrarse sangrienta venganza del ex-maestro de ceremonias. El Shogûn, previendo disturbios, había dispuesto que Kira se refugiase en casa de su hijo Uesugi Tsunanori y que le protegiese con una numerosa guardia. Tsunanori había sido dado en adopción de muy pequeño a los Uesugi, una importante familia samurái y no sentía gran aprecio por su padre natural pues, al contrario que éste, era de nobles sentimientos pero cumplió las órdenes del Shôgun con diligencia. Desde entonces, el cobarde Kira permanecía fuertemente custodiado y se negaba siquiera a salir a la calle.
Todos los samuráis de Asano estaban al tanto de la difícil situación y miraban al prudente Ooishi buscando el ejemplo a seguir.
La situación era complicada pues todo el mundo, no sólo los vasallos de Asano, veía la injusticia de la situación y esperaba que sus samuráis tratasen de cobrarse sangrienta venganza del ex-maestro de ceremonias. El Shogûn, previendo disturbios, había dispuesto que Kira se refugiase en casa de su hijo Uesugi Tsunanori y que le protegiese con una numerosa guardia. Tsunanori había sido dado en adopción de muy pequeño a los Uesugi, una importante familia samurái y no sentía gran aprecio por su padre natural pues, al contrario que éste, era de nobles sentimientos pero cumplió las órdenes del Shôgun con diligencia. Desde entonces, el cobarde Kira permanecía fuertemente custodiado y se negaba siquiera a salir a la calle.
Todos los samuráis de Asano estaban al tanto de la difícil situación y miraban al prudente Ooishi buscando el ejemplo a seguir.
Y ahora... ¿qué hacemos?
Fue entonces cuando el noble consejero abrió y leyó la carta que su señor le había escrito antes de morir. Sólo contenía dos palabras: "Tú sabes". El fiel vasallo se emocionó ante tal muestra de confianza póstuma de su señor, que ni aún ante las puertas de la muerte había dudado de que su amigo tomaría la decisión correcta.
Antes de comunicarles nada, Ooishi pidió al resto de los samuráis de la casa de Asano que firmaran un juramento de fidelidad comprometiéndose a respetar la decisión que él tomara. Todos los presentes, conociendo el amor que Ooishi sentía por su señor y creyendo que optaría por negarse a entregar el castillo y combatir a las fuerzas enviadas por el Shôgun para hacerse cargo de él o bien por ejecutar de forma inmediata su venganza sobre el cobarde Kira, firmaron sin dudar, incluyendo a Chikara, el hijo de Ooishi, de tan sólo quince años de edad.
Sin embargo, una vez recibido el documento con las firmas de todos, Ooishi los sorprendió con su decisión: obedecer las órdenes del Shôgun y entregar el castillo sin luchar al tiempo que elevar una petición formal para que la casa de Asano fuese restaurada en la persona del hermano de éste, Nagahira.
La indignación cundió por doquier y muchos samuráis se levantaron consternados arrepintiéndose al instante de su juramento. ¿Qué clase de decisión era ésa? ¿Entregar el castillo sin luchar? ¿Qué sería de ellos entonces? Además, las peticiones formales como aquellas, tardaban muchísimo tiempo en ser respondidas, al menos un año o dos, y ni siquiera tenían la garantía de que se atendiesen sus demandas. ¿Y debían esperar todo ese tiempo mientras el odiado Kira seguía vivo y sin castigo? Más de la mitad de los samuráis se negaron a aceptar aquella decisión y abandonaron la sala.
Ooishi aguantó estoicamente los gritos y recriminaciones pero no se retractó de su decisión a pesar de que ello condenaba a todos los samuráis de la casa a convertirse desde entonces en ronin, es decir, en samuráis sin señor, algo que era asumido por los propios samuráis de forma vergonzosa. Para que entendáis bien lo que sentían, sería similar a la "vergüenza" que puede sentir hoy una persona cuando, de repente, después de muchos años trabajando, pierde su empleo y se queda en el paro a pesar de no tener en ello culpa alguna. Y sin embargo, esa persona asume su nueva condición de forma avergonzada dándole apuro incluso comentarlo ante los demás. De hecho, en el Japón de hoy en día el término ronin se aplica a los estudiantes que no han logrado entrar en la universidad o, también, a los parados.
Y así, el día señalado, y después de haber liquidado todas las deudas del clan con sus acreedores, los enviados del Shôgun llegaron ante la puerta del castillo para hacerse cargo de él perfectamente armados pues temían encontrar una fuerte resistencia por parte de los samuráis que lo habitaban. Sin embargo, ante su sorpresa, Ooishi y los hombres que le habían permanecido fieles salieron en perfecta formación del castillo, desfilando orgullosamente, y tras presentar sus respetos a los emisarios shogunales se alejaron en silencio por el camino.
Ooishi abandona el castillo de su señor acompañado de su hijo
A partir de entonces, los samuráis de la casa de Asano, convertidos ya en ronin, se dispersaron. Algunos lograron entrar al servicio de otros señores mientras que otros malvivieron a base de trabajos como guardaespaldas o enseñando sus artes guerreras. Sin embargo, unos cuantos, poco más de sesenta, todavía esperanzados de que Ooishi recobrase la cordura y ordenase la ansiada venganza, retornaron a Edo para estar más cerca de su odiado Kira y vigilar todos sus movimientos.
Ooishi, por su parte, se traslado a su casa particular en el campo, situada en Yamashina, a unos pocos kilómetros de Kioto, acompañado de su mujer, su hijo mayor Chikara y sus hijos menores y una vez allí, ante el asombro de todos, se dedicó a una vida de juegas y disipación con frecuentes visitas a las casas de geishas de Kioto de las cuales solía regresar a su hogar en completa embriaguez.
Pronto, su comportamiento fue la comidilla de todos y empezó a generar numerosas críticas. Algunos de sus conocidos acudían a visitar su casa y expresaban su consternación ante su esposa que, callada y fiel, escuchaba todas las críticas pacientemente y sin responder. Ella, al igual que su hijo mayor, conocían plenamente el carácter prudente de Ooishi y confiaban ciegamente en él fuese cual fuese su comportamiento.
Por su parte, Kira sospechando que todo fuese parte de una estratagema por parte de Ooishi para lograr que se confiase, envió numerosos espías que, rondando la casa de Ooishi disfrazados de mendigos, le mantenían continuamente informado de todos los movimientos del antiguo consejero.
Pasó un año y llegó la respuesta del consejo shogunal a la petición oficial de restablecimiento de la Casa de Asano con resultados negativos: tras un año de trámites y reclamaciones, la Casa de Asano quedaba oficialmente abolida y su nombre borrado del registro de casas señoriales.
Temiendo entonces que la negativa del Shôgun avivase las ansias de venganza de los antiguos servidores del señor Asano, Kira redobló la vigilancia pero Ooishi no sólo siguió sin actuar sino que, ante el asombro general, decidió divorciarse de su mujer y mandarla de vuelta a casa de sus padres con sus hijos pequeños sin que ella emitiera, siquiera entonces, la menor crítica hacia el que ya había dejado de ser su marido. Y ello a pesar de la gran deshonra que suponía, en aquella época, el ser repudiada y devuelta a la casa familiar. Tampoco, su hijo mayor, Chikara, expresó la menor crítica y permaneció fielmente junto a su padre ayudándole en todo lo que aquel necesitara.
Pasó lentamente otro año y una mañana, un samurái de Kioto se encontró a Ooishi echado en el suelo boca abajo, rodeado de sus propios vómitos e inconsciente después de una noche de excesos. Al reconocerle, el samurái le imprecó su vergonzoso comportamiento indigno de un samurái que husiese servido a tan noble amo y, tras escupirle en la espalda prosiguió su camino. Al poco lo encontró su hijo mayor que, preocupado, había salido a buscarle y lo ayudó a regresar a su casa.
Ooishi en una de sus juergas en una casa de geishas
Cuando la noticia llegó a los oídos de Tsunanori, el hijo de Kira, considerando que Ooihi había caído en lo más bajo y en el colmo de la degradación y, por tanto, ya nada era de temer por su parte, ordenó regresar a su propia casa a la escolta que había puesto en casa de su padre a pesar de las protestas de éste que no acababa de fiarse. Sin embargo, al poco tiempo, el propio Kira terminó por rendirse a la evidencia y pronto se le pudo observar volviendo a salir de su casa para hacer visitas aunque, eso sí, todavía fuertemente escoltado.
Cuando los samuráis de Asano que estaban residiendo en Edo vieron esto enviaron rápidamente un par de emisarios a la casa de Ooishi para informarle del cambio de situación. Éste, sin embargo, antes de que llegaran, ya se había apercibido de que algo había cambiado al ver desaparecer la numerosa corte de mendigos que habitualmente pululaban por su casa.
Sin embargo, cuando los emisarios llegaron al hogar de Ooishi en Yamashina, en vez de atender a sus demandas volvió a sorprenderles con una insólita petición: les hizo entrega de los juramentos que cada uno de los samuráis había firmado rogándoles que se los devolvieran a sus dueños eximiéndoles así, por tanto de su cumplimiento.
Ante tal petición, uno de los emisarios, llamado Kataoka, se levantó indignado y cogiendo el documento que Ooishi le acababa de entregar con su juramento, se lo arrojó a la cara indignado cubriéndolo de improperios. Sin embargo, su compañero de temperamento más templado y sagaz , intuyendo cuáles eran las verdaderas intenciones de Ooishi, calmó a su compañero y le convenció de cumplir las órdenes del consejero. Así que ambos recogieron silenciosamente los documentos y partieron para entregárselos al resto de sus compañeros.
En Edo, cuando Kira se enteró de la devolución de los documentos, consideró que la conjura contra su vida estaba definitivamente acabada y entonces terminó de relajar su comportamiento sin temer ya nada de sus antiguos enemigos.
Al cabo de un mes los dos samuráis regresaron a la casa de Ooishi con un paquete donde se encontraban los juramentos de aquellos que se habían negado a aceptar las órdenes del consejero y se los mandaban de vuelta.
De los sesenta y tres miembros del clan que habían permanecido fieles, ahora sólo quedaban menos de cincuenta. "Bien, con éstos son con los que se puede contar -dijo el primer consejero. Como el buen oro su comportamiento ha sido refinado varias veces a través de numerosas pruebas de confianza. Ahora estoy seguro de que no fallaremos. Cumpliremos nuestro propósito".
Por fin, estaban listos para la venganza.
Continuará...
De vital importancia, para entender el sacrificio de Ooshi, es la degradación a la que se somete voluntariamente. No sólo le vale para hacer que Kira se confíe sino para desgranar la paja del grano de los servidores de Akó dispuestos al mayor sacrificio.
ResponderEliminarDe ahí, el cabreo de un servidor cuando en cierta película, de infausta memoria para mí, soslayen todo reduciéndolo a un:"te meto en un pozo" :)
Hale, siga usté, señó, siga usté.