Translate

domingo, 29 de mayo de 2016

La historia de los 47 ronin. 3ª parte: un hombre leal


"Un millón de infortunios no pesan tanto
como una orden del señor.
Puesta en la balanza con una orden de mi señor,
mi vida es más ligera que una pluma".


Bueno, ha llegado el momento de continuar con nuestra historia de los 47 ronin...

Como recordaréis, habíamos dejado al noble Asano Naganori muerto y a los miembros de su casa todavía ignorantes de cuanto había sucedido.

La terrible noticia tardó unos cuantos días en llegar al feudo familiar en Akó que, como ya dijimos, distaba de la capital shogunal, Edo, unos 800 kilómetros. Además, en aquel entonces las comunicaciones se hacían sobre todo a pie, pues en Japón los caballos no solían ser utilizados como medio de transporte a causa de la difícil orografía del país siendo de muy limitada utilidad además de costosos de mantener. Los mensajeros, por tanto, iban corriendo o bien eran transportados en palanquines cerrados o abiertos (dependiendo de la importancia del pasajero en cuestión) acarreados por varios porteadores que iban turnándose a lo largo del camino y que eran capaces de mantener un paso rítmico y regular durante muchos kilómetros sin cansarse.


Un mensajero es tranportado a Akó con la noticia de la muerte del señor Asano


Tan común era esta forma de transporte que aún hoy en día se celebran carreras de palanquines en Japón:



El caso es que la noticia no llegó a Akó hasta unos cinco días después de la muerte de Asano y causó una gran consternación y más cuando, poco después de la llegada del mensajero comunicando la muerte de su señor, llegó otro con un mandato del Shôgun que decretaba la inmediata disolución de la casa de Asano y la cesión de su castillo y todas sus propiedades a otro daimio además de la prohibición expresa de tomar cualquier tipo de venganza sobre el propio Kira o su familia. Como hemos dicho anteriormente, una de las obsesiones del nuevo orden impuesto por los Tokugawa era precisamente esa, el orden, por lo cual las reyertas públicas entre familias de samuráis o las venganzas personales estaban estrictamente prohibidas bajo pena de muerte.

Todos los samuráis del castillo, unos doscientos setenta en total, se reunieron inmediatamente alrededor del Consejero Ooishi Kuranosuke, la mano derecha de Asano y su hombre de confianza cuando él estaba ausente, para saber cómo debían actuar. Ooishi no sólo era el principal consejero de Asano sino también su amigo más querido pues, aunque unos años mayor que su señor, se habían criado y educado juntos desde la infancia.

La indignación entre todos era patente y más, después de enterarse de que el causante de la desgracia de su señor, el malvado Kira, apenas había sido castigado. Un dilema se imponía además: ¿debían mostrar su obediencia al poder establecido, al shogûn, acatando sus órdenes o debían mantenerse fieles al recuerdo de su señor y oponer resistencia ante tamaña injusticia?

La situación era complicada pues todo el mundo, no sólo los vasallos de Asano, veía la injusticia de la situación y esperaba que sus samuráis tratasen de cobrarse sangrienta venganza del ex-maestro de ceremonias. El Shogûn, previendo disturbios, había dispuesto que Kira se refugiase en casa de su hijo Uesugi Tsunanori y que le protegiese con una numerosa guardia. Tsunanori había sido dado en adopción de muy pequeño a los Uesugi, una importante familia samurái y no sentía gran aprecio por su padre natural pues, al contrario que éste, era de nobles sentimientos pero cumplió las órdenes del Shôgun con diligencia. Desde entonces, el cobarde Kira permanecía fuertemente custodiado y se negaba siquiera a salir a la calle.

Todos los samuráis de Asano estaban al tanto de la difícil situación y miraban al prudente Ooishi buscando el ejemplo a seguir.


Y ahora... ¿qué hacemos?


Fue entonces cuando el noble consejero abrió y leyó la carta que su señor le había escrito antes de morir. Sólo contenía dos palabras: "Tú sabes". El fiel vasallo se emocionó ante tal muestra de confianza póstuma de su señor, que ni aún ante las puertas de la muerte había dudado de que su amigo tomaría la decisión correcta.

Antes de comunicarles nada, Ooishi pidió al resto de los samuráis de la casa de Asano que firmaran un juramento de fidelidad comprometiéndose a respetar la decisión que él tomara. Todos los presentes, conociendo el amor que Ooishi sentía por su señor y creyendo que optaría por negarse a entregar el castillo y combatir a las fuerzas enviadas por el Shôgun para hacerse cargo de él o bien por ejecutar de forma inmediata su venganza sobre el cobarde Kira, firmaron sin dudar, incluyendo a Chikara, el hijo de Ooishi, de tan sólo quince años de edad.

Sin embargo, una vez recibido el documento con las firmas de todos, Ooishi los sorprendió con su decisión: obedecer las órdenes del Shôgun y entregar el castillo sin luchar al tiempo que elevar una petición formal para que la casa de Asano fuese restaurada en la persona del hermano de éste, Nagahira.

La indignación cundió por doquier y muchos samuráis se levantaron consternados arrepintiéndose al instante de su juramento. ¿Qué clase de decisión era ésa? ¿Entregar el castillo sin luchar? ¿Qué sería de ellos entonces? Además, las peticiones formales como aquellas, tardaban muchísimo tiempo en ser respondidas, al menos un año o dos, y ni siquiera tenían la garantía de que se atendiesen sus demandas. ¿Y debían esperar todo ese tiempo mientras el odiado Kira seguía vivo y sin castigo? Más de la mitad de los samuráis se negaron a aceptar aquella decisión y abandonaron la sala.

Ooishi aguantó estoicamente los gritos y recriminaciones pero no se retractó de su decisión a pesar de que ello condenaba a todos los samuráis de la casa a convertirse desde entonces en ronin, es decir, en samuráis sin señor, algo que era asumido por los propios samuráis de forma vergonzosa. Para que entendáis bien lo que sentían, sería similar a la "vergüenza" que puede sentir hoy una persona cuando, de repente, después de muchos años trabajando, pierde su empleo y se queda en el paro a pesar de no tener en ello culpa alguna. Y sin embargo, esa persona asume su nueva condición de forma avergonzada dándole apuro incluso comentarlo ante los demás. De hecho, en el Japón de hoy en día el término ronin se aplica a los estudiantes que no han logrado entrar en la universidad o, también, a los parados.

Y así, el día señalado, y después de haber liquidado todas las deudas del clan con sus acreedores, los enviados del Shôgun llegaron ante la puerta del castillo para hacerse cargo de él perfectamente armados pues temían encontrar una fuerte resistencia por parte de los samuráis que lo habitaban. Sin embargo, ante su sorpresa, Ooishi y los hombres que le habían permanecido fieles salieron en perfecta formación del castillo, desfilando orgullosamente, y tras presentar sus respetos a los emisarios shogunales se alejaron en silencio por el camino.


Ooishi abandona el castillo de su señor acompañado de su hijo


A partir de entonces, los samuráis de la casa de Asano, convertidos ya en ronin, se dispersaron. Algunos lograron entrar al servicio de otros señores mientras que otros malvivieron a base de trabajos como guardaespaldas o enseñando sus artes guerreras. Sin embargo, unos cuantos, poco más de sesenta, todavía esperanzados de que Ooishi recobrase la cordura y ordenase la ansiada venganza, retornaron a Edo para estar más cerca de su odiado Kira y vigilar todos sus movimientos.

Ooishi, por su parte, se traslado a su casa particular en el campo, situada en Yamashina, a unos pocos kilómetros de Kioto, acompañado de su mujer, su hijo mayor Chikara y sus hijos menores y una vez allí, ante el asombro de todos, se dedicó a una vida de juegas y disipación con frecuentes visitas a las casas de geishas de Kioto de las cuales solía regresar a su hogar en completa embriaguez.


Santuario dedicado a Ooishi Kuranosuke en Yamashina


Pronto, su comportamiento fue la comidilla de todos y empezó a generar numerosas críticas. Algunos de sus conocidos acudían a visitar su casa y expresaban su consternación ante su esposa que, callada y fiel, escuchaba todas las críticas pacientemente y sin responder. Ella, al igual que su hijo mayor, conocían plenamente el carácter prudente de Ooishi y confiaban ciegamente en él fuese cual fuese su comportamiento.

Por su parte, Kira sospechando que todo fuese parte de una estratagema por parte de Ooishi para lograr que se confiase, envió numerosos espías que, rondando la casa de Ooishi disfrazados de mendigos, le mantenían continuamente informado de todos los movimientos del antiguo consejero.

Pasó un año y llegó la respuesta del consejo shogunal a la petición oficial de restablecimiento de la Casa de Asano con resultados negativos: tras un año de trámites y reclamaciones, la Casa de Asano quedaba oficialmente abolida y su nombre borrado del registro de casas señoriales.

Temiendo entonces que la negativa del Shôgun avivase las ansias de venganza de los antiguos servidores del señor Asano, Kira redobló la vigilancia pero Ooishi no sólo siguió sin actuar sino que, ante el asombro general, decidió divorciarse de su mujer y mandarla de vuelta a casa de sus padres con sus hijos pequeños sin que ella emitiera, siquiera entonces, la menor crítica hacia el que ya había dejado de ser su marido. Y ello a pesar de la gran deshonra que suponía, en aquella época, el ser repudiada y devuelta a la casa familiar. Tampoco, su hijo mayor, Chikara, expresó la menor crítica y permaneció fielmente junto a su padre ayudándole en todo lo que aquel necesitara.

Pasó lentamente otro año y una mañana, un samurái de Kioto se encontró a Ooishi echado en el suelo boca abajo, rodeado de sus propios vómitos e inconsciente después de una noche de excesos. Al reconocerle, el samurái le imprecó su vergonzoso comportamiento indigno de un samurái que husiese servido a tan noble amo y, tras escupirle en la espalda prosiguió su camino. Al poco lo encontró su hijo mayor que, preocupado, había salido a buscarle y lo ayudó a regresar a su casa.


Ooishi en una de sus juergas en una casa de geishas


Cuando la noticia llegó a los oídos de Tsunanori, el hijo de Kira, considerando que Ooihi había caído en lo más bajo y en el colmo de la degradación y, por tanto, ya nada era de temer por su parte, ordenó regresar a su propia casa a la escolta que había puesto en casa de su padre a pesar de las protestas de éste que no acababa de fiarse. Sin embargo, al poco tiempo, el propio Kira terminó por rendirse a la evidencia y pronto se le pudo observar volviendo a salir de su casa para hacer visitas aunque, eso sí, todavía fuertemente escoltado.

Cuando los samuráis de Asano que estaban residiendo en Edo vieron esto enviaron rápidamente un par de emisarios a la casa de Ooishi para informarle del cambio de situación. Éste, sin embargo, antes de que llegaran, ya se había apercibido de que algo había cambiado al ver desaparecer la numerosa corte de mendigos que habitualmente pululaban por su casa.

Sin embargo, cuando los emisarios llegaron al hogar de Ooishi en Yamashina, en vez de atender a sus demandas volvió a sorprenderles con una insólita petición: les hizo entrega de los juramentos que cada uno de los samuráis había firmado rogándoles que se los devolvieran a sus dueños eximiéndoles así, por tanto de su cumplimiento.

Ante tal petición, uno de los emisarios, llamado Kataoka, se levantó indignado y cogiendo el documento que Ooishi le acababa de entregar con su juramento, se lo arrojó a la cara indignado cubriéndolo de improperios. Sin embargo, su compañero de temperamento más templado y sagaz , intuyendo cuáles eran las verdaderas intenciones de Ooishi, calmó a su compañero y le convenció de cumplir las órdenes del consejero. Así que ambos recogieron silenciosamente los documentos y partieron para entregárselos al resto de sus compañeros.

En Edo, cuando Kira se enteró de la devolución de los documentos, consideró que la conjura contra su vida estaba definitivamente acabada y entonces terminó de relajar su comportamiento sin temer ya nada de sus antiguos enemigos.

Al cabo de un mes los dos samuráis regresaron a la casa de Ooishi con un paquete donde se encontraban los juramentos de aquellos que se habían negado a aceptar las órdenes del consejero y se los mandaban de vuelta.

De los sesenta y tres miembros del clan que habían permanecido fieles, ahora sólo quedaban menos de cincuenta. "Bien, con éstos son con los que se puede contar -dijo el primer consejero. Como el buen oro su comportamiento ha sido refinado varias veces a través de numerosas pruebas de confianza. Ahora estoy seguro de que no fallaremos. Cumpliremos nuestro propósito".

Por fin, estaban listos para la venganza.

Continuará...

miércoles, 25 de mayo de 2016

Biblioteca básica para ministéricos (I): Viajes en el tiempo




Como algunos sabréis, anteayer terminó por todo lo alto la segunda temporada de El Ministerio del Tiempo y lo hizo nada menos que presentando un divertido ejemplo de ucronía, ese subgénero de la ciencia ficción (también conocido como Historia alternativa) que consiste en preguntarse qué hubiera pasado si un determinado hecho histórico hubiera sucedido de forma diferente y extrapolar sus consecuencias en el desarrollo de la Historia. En el episodio de ayer el punto de inflexión era... ¿y si la Armada Invencible hubiera llegado a triunfar conquistando Inglaterra y por medio de las puertas el tiempo Felipe II hubiera logrado perpetuarse eternamente en el poder? ¿Cómo seria la España de hoy día entonces? ¿Y el resto del mundo?

Se trata de un subgénero muy interesante y que está siendo utilizado como lecturas en clase por parte tanto de profesores de Historia como de Filosofía pues, por un lado, pone al acento sobre la importancia de determinados acontecimientos históricos y el plantear a los alumnos que imaginen cómo podrían haber sido las cosas de otro modo ayuda a que aprendan más fácilmente cómo fueron y por qué. Por otro lado, también les ayuda a comprender la importancia de las decisiones que tomamos  en todo momento y cómo éstas pueden influir en el devenir de nuestra vida y a hacer uso de la libertad de elección de una forma responsable.

Volviendo a la serie, aunque esta segunda temporada ha sido un tanto irregular, no cabe duda de que El Ministerio del Tiempo ha sido la serie de televisión española revelación de los últimos tiempos, capaz de generar algo que hasta ahora ninguna otra serie española había conseguido: una legión de fans (los "ministéricos") y una activa vida en las redes sociales.

Ello se debe a muchos factores pero, sobre todo, a unos guiones muy inteligentes por parte de un equipo de guionistas, con los hermanos Olivares a la cabeza, Pablo y Javier (el primero de los cuales falleció durante el transcurso de la primera temporada), que, si algo han demostrado a lo largo de toda la serie, es que son una gente muy leída y que conocen perfectamente el género al que están jugando (son múltiples las referencias cinematográficas y literarias de cada episodio).

No en vano me consta que la serie también está siendo utilizada activamente por muchos profesores de secundaria para complementar sus clases y reavivar el interés de nuestros chavales por la Historia de España.

Así que me he dicho: ¿por qué no reseñar brevemente un pequeño listado (para nada exhaustivo) de libros sobre viajes en el tiempo y ucronías que creo que han influido notablemente en los guionistas de la serie? (en algunos casos me consta que así es pues lo han comentado los propios guionistas en alguna entrevista).

Para no alargar la entrada en exceso, he decidido dividirla en dos partes. En esta primera haré un repaso de algunas de las novelas que más me han gustado de viajes en el tiempo y que considero que todo buen aficionado ministérico debería conocer y, en la siguiente, haré un repaso a las ucronías (aunque muchas veces no es fácil delimitar ambos géneros pues en el momento en que un viajero del tiempo provoca alguna modificaciónen la Historia conocida ya está generando una ucronía).

Dicho esto, ahí va mi listado sin más dilación:

Libros sobre viajes en el tiempo:


Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain (1889)

Un fuerte golpe en la cabeza es el medio por el que el ingenioso protagonista de esta novela se ve trasladado a la legendaria época del rey, razón por la cual no es considerada propiamente una obra de ciencia ficción aunque resultaría a todas luces injusto no citarla en un listado sobre viajes en el tiempo. Además introduce, con el humor propio de Twain, uno de los temas que sí tratarán muchas de las obras posteriores del género: el modo en el que el viajero temporal es capaz de usar sus más avanzados conocimientos científicos para sobrevivir y medrar en tal peligrosa época, llegando incluso a hacer que los dignos caballeros de la Mesa Redonda abandonen sus caballos ¡por bicicletas!



La máquina del tiempo, de H. G. Wells (1895)

El clásico que dio inicio al subgénero propiamente dicho si bien no fue la primera obra sobre el tema. Tal honor le corresponde a la española El anacrópete de Enrique Gaspar, escrita en 1887. Sin embargo, qué duda cabe que la historia del viajero que va hasta el más lejano futuro para encontrarse a la humanidad evolucionada en esa versión a lo bestia de la lucha de clases entre los hermosos, ociosos y voluntariamente ignorantes eloi y los monstruosos, industriosos y caníbales morlocks supuso la piedra de toque que puso de relieve las propiedades prospectivas de éste subgénero. Además, tuvo la suerte de ser estupendamente trasladada a la pantalla grande por George Pal en El tiempo en sus manos (1969) con Rod Taylor como el sufrido viajero temporal.



Que no desciendan las tinieblas, de L. Sprague de Camp (1941)

En esta novela de corte eminentemente clásico, repleta de humor y aventuras y que no deja de ser una revisitación del Un yanqui en la corte del rey Arturo de Mark Twain, Sprague de Camp, más conocido por ser el continuador de las aventuras de Conan el Bárbaro que dejó inconclusas su creador Robert E. Howard, nos narra como el profesor y arqueólogo Martin Padway se ve trasladado también a causa de un golpe a la Roma del siglo VI, justo en ese difícil momento que supuso el tránsito de la Edad Clásica a la Edad Media. Sabiendo la edad de oscurantismo que se avecina, Martin hará uso de sus conocimientos de los acontecimientos históricos por venir para tratar de evitarlo y salvaguardar la civilización clásica. Pronto sus acciones empezarán a producir modificaciones sustanciales en el transcurso de la Historia conocida. Sin embargo ¿realmente es posible cambiar la Historia? Una novela que engancha y se lee en un suspiro.




El fin de la eternidad, de Isaac Asimov (1955)

Una de las obras que sin duda más ha influido en la serie. Eternidad es una organización que, situada al margen del tiempo, trabaja modificando pequeños acontecimientos para asegurar que el progreso de la humanidad sea el mejor posible dentro de todas las variantes. Sin embargo, uno de sus agentes, Harlan, se enamora y al descubrir que el objeto de su amor podría ser borrada de la Historia decide incumplir las normas e inicia una cadena de acontecimientos que podrían acabar con la misma Eternidad pero ¿es realmente ésta lo más deseable para la humanidad? Una de las mejores obras de su autor (considerado por muchos como el mejor autor de ciencia ficción) y una de las que mejor explica el tema de las llamadas paradojas temporales.



El ruido de un trueno, de Ray Bradbury (1955)

En esta ocasión no se trata de un libro sino de un relato pero merece su inclusión aquí por ser uno de los más conocidos y populares acerca de la temática que nos ocupa. Además tuvo incluso su propia adaptación cinematográfica (El sonido del trueno, Peter Hyams, 2005) aunque con unos resultados bastante pobres. ¿Habéis oido hablar del famoso efecto mariposa? Sí, ése que habla de los efectos imprevisibles y magnificados a que puede dar lugar una acción muy pequeña o aparentemente banal y que debe su nombre al siguiente proverbio chino: "el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un tornado al otro lado del mundo". Pues bien, este relato es la demostración palpable de ese hecho llevado al terreno de los viajes en el tiempo y es, sin duda, uno de los culpables de la popularización de dicha expresión. Por si os ha picado la curiosidad y queréis leerlo, podéis hacerlo AQUÍ . No os arrepentiréis: como todos los cuentos de Ray Bradbury, es una auténtica joya.




Puerta al verano, de Robert A. Heinlein (1956)

Heinlein es otro de los autores clásicos de la ciencia ficción y, para los norteamericanos, el mejor. En esta novela, Dan Davis es un ingeniero especializado en robots domésticos que, después de que su novia le ponga los cuernos y su socio le estafe decide viajar al futuro de la forma más cómoda: criogenizándose (esto es, congelándose como Walt Disney) durante 30 años para disfrutar entonces de los réditos que le hayan proporcionado los intereses económicos de sus inventos. Y despierta convertido en multimillonario, sí, pero para descubrirse en una sociedad totalmente robotizada gracias a sus inventos y en la que no todo es cómo debería ser. Tendrá entonces que ingeniárselas para volver de algún modo al pasado y tratar de enderezar las cosas. Una novela escrita en plan más humorístico que plenamente cienciaficcionero y cuyo título tiene relación con el gato del protagonista que, a su vez, también tiene un importante protagonismo en la novela. Pero para descubrir su significado, tendréis que leerla.



La patrulla del tiempo, de Poul Anderson (1960/1991)

Publicada originalmente en 1960 con el título de Guardianes del Tiempo fue ampliada en 1991 y vuelta a publicar con el título que ahora tiene. Es otra de las novelas que más ha influido en la serie, tal como se anuncia en su última reedición. No en vano los equipos de agentes de la serie son denominados como patrullas. El argumento del libro, que en realidad no es una novela sino un conjunto de relatos con el mismo protagonista, es casi el mismo de la serie: un agente temporal se ve obligado a viajar a determinadas épocas del pasado (el Plioceno, la antigua Roma, el Imperio Persa, la América precolombina...) para desfacer los entuertos que otros agentes enemigos han ido provocando por ahí tratando de cambiar la Historia. Acción y entretenimiento a raudales.



Por el tiempo, de Robert Silverberg (1969)

Probablemente, una de las novelas más divertidas de este listado y una de las que más partido humorístico sabe sacarle al tema de las paradojas temporales. En el futuro los viajes en el tiempo al pasado son posibles y una compañía ha decidido sacar provecho de ello organizando visitas turísticas guiadas a hechos importantes de la Historia, como la crucifixión de Cristo, dándose la divertida paradoja de que, cuantos más viajes se organizan, más gente acaba habiendo en el lugar pues todos están presentes en el mismo momento. Cuando uno de los guías no puede evitar que una de sus "calenturientas" turistas se le escape y se lance a ofrecerle sus encantos al cruzado Godofredo de Bouillon, siendo decapitada por éste en respuesta, pondrá en marcha una cadena de acontecimientos, para evitar que su monumental metedura de pata sea descubierta, cuyo alcance acabará siendo de proporciones imprevisibles.



He aquí el hombre, de Michael Moorcock (1969)

Michael Moorcock fue el abanderado del movimiento que dentro de la ciencia ficción se dio en llamar la Nueva ola, un grupo de autores que, animados por el espíritu de la contracultura pretendieron renovar el género con tramas más arriesgadas y provocadoras, como escandalosa fue en su momento la temática de esta novela. Karl Glogauer es un tipo depresivo y con grandes problemas existencialistas al que por azar se le ofrece la posibilidad de viajar en el tiempo. Buscando una repuesta a sus dudas religiosas y existencialistas y ansioso de encontrar sentido a su vida, decide viajar a la época de Cristo sólo para descubrir que las cosas no son cómo pensaba: la Virgen María es en realidad una prostituta y su hijo Jesús un retrasado mental de padre desconocido que, obviamente, no tiene trazas de convertirse en el próximo mesías redentor de la humanidad. Lo que sigue es como una versión de La vida de Brian sin el sentido del cachondeo de ésta pero con la misma carga crítica y ácida. La clásica revista española de ciencia ficción Nueva Dimensión publicó una versión en comic.



En algún lugar del tiempo, de Richard Matheson (1975)

Richard Matheson es más conocido por sus obras Soy leyenda y El increíble hombre menguante así como por haber sido el guionista de los mejores episodios de aquella mítica serie de TV llamada en España La dimensión desconocida (The twilight zone). Sin embargo dispone de un buen puñado de otras obras no tan conocidas como ésta en la que narra una historia de amor "más allá del tiempo". Richard Collier es un dramaturgo del siglo XX que se enamora perdidamente de una mujer que ve en un retrado del siglo XIX. Tanto se obsesiona con ella que, gracias a la autohipnosis, logra viajar en el tiempo, llegar a conocerla y enamorarla pero, ¿podrá realmente el amor vencer al Tiempo? Se llegó a hacer una hermosa película protagonizada por un Christopher Reeve (alias Superman) y una Jane Seymour en el mejor momento de sus carreras y en la plenitud de su físico. Eso sí, si sois del tipo romanticón y sensiblero, para verla con la compañía de un buen montón de kleenex.



Cronopaisaje, de Gregory Benford (1980)

En esta novela hay un viaje en el tiempo pero en él no viajan personas sino un mensaje: el que envían mediante taquiones (esas supuestas partículas que pueden viajar más rápido que la luz) unos atribulados científicos de finales de los años 90, en un mundo asolado por una crisis mediambiental galopante, a sus colegas de los años 60 con el fin de que, al descifrarlo, puedan tomar las medidas adecuadas para prevenir el desastre pero ¿puede realmente producirse tal cosa sin generar una paradoja? Novela con un alto componente científico que se desarrolla alternativamente en dos frentes (los años 90 y 60) y que nos muestra las dificultades, contratiempos e incomprensiones varias a las que tienen que enfrentarse en su trabajo diario los científicos e investigadores para poder llevar a cabo su importante labor. De lectura obligada para todos aquellos que malviven como becarios o dependiendo de las sempiternas subvenciones o de los intereses políticos y económicos de turno. Obtuvo uno de los premios más importantes de la literatura de ciencia ficción, el Nébula, en 1980.



Sólo un enemigo, el tiempo, de Michael Bishop (1982)

¿Quién no ha imaginado viajar alguna vez a la Prehistoria y una vez allí hacerse el rey de la tribu o incluso convertirse en un dios a ojos de los prehistóricos gracias al conocimiento del fuego y a otras habilidades del hombre moderno? Esa es la posibilidad que se le ofrece al protagonista de esta hoy casi olvidada novela pese a que en su momento fue considerada un clásico y hasta ganó el prestigioso Premio Nébula. Joshua es invitado a participar en un experimento que le permitirá viajar al Pleistoceno donde se llegará a integrar en un clan de Homo habilis e incluso fundará una familia. Allí tendrá que hacer uso de su inteligencia para sobrevivir y aprenderá que el espíritu humano sigue siendo el mismo independientemente de lo evolucionado del ser humano. Al mismo tiempo que se nos narra su peripecia prehistórica iremos conociendo detalles de su vida en el presente que nos harán entender su decisión final de viajar al pasado. Como detalle curioso diré que esta novela me marcó en su momento por una escena al inicio de la misma en la que el protagonista, que ha estado viviendo con una tribu africana para aprender a sobrevivir en plena naturaleza salvaje, es sometido a un rito tribal iniciático que consiste en ser circuncidado "a lo vivo" y sin anestesia. ¡Ouch!




Crónicas del Gran Tiempo, de Fritz Leiber (1983)

Fritz Leiber, autor conocido también por sus libros de fantasía heroica, publicó en 1958 El Gran Tiempo (The Big Time) una historia donde contaba la guerra entre dos bandos (de cuyos objetivos reales y dirigentes nunca llegamos a saber gran cosa, ni siquiera si son humanos del futuro, extraterrestres o qué), los Serpientes y los Arañas dedicados cada uno de ellos a intentar manipular el tiempo y los acontecimientos (a veces en aspectos nimios) para obtener su propio beneficio. Para ello, reclutan a seres humanos de diversas épocas para que lleven a cabo sus diferentes misiones. El libro tomaba su título del nombre del bar El Gran Tiempo, un lugar de tregua donde los agentes de ambos bandos pueden descansar de sus misiones sin temer los unos de los otros. A pesar de que la novela ganó el conocido Premio Hugo (algo así como el Óscar de la ciencia ficción) de 1958, a mí no me gustó mucho pero años después Leiber publicó una recopilación de relatos escritos en distintos años pero ambientados en el mismo universo, cuyo resultado final es mucho más satisfactorio.



Las puertas de Anubis, de Tim Powers (1983)

Otra de las grandes influencias de la serie, reconocida por el propio creador, Javier Olivares (de ella sacaron la idea de "las puertas del Tiempo"). Novela que ganó el premio Philip K. Dick (que toma su nombre del autor, entre otras muchas, de la obra que dio lugar a la película Blade Runner) y que supuso la consagración de su autor Tim Powers, autor especializado en novelas que mezclan la novela histórica con la fantasía más desbocada en lo que ha dado en llamarse "fantasía histórica". Powers es especialmente conocido dentro del género por sus tramas endiabladamente adictivas y llenas de peripecias. En concreto, la contraportada de este libro mostraba una cita del prestigioso Washington Post que decía "una obra que describe aventuras con las que Indiana Jones sólo podría soñar". Y es cierto. En ella, Brendan Doyle, un profesor de literatura del siglo XX, es invitado a viajar al pasado junto con otros viajeros para asistir como experto y asesor a una conferencia del autor romántico Coleridge pero, cómo no, algo sale mal y el pobre Doyle se queda atrapado en el pasado sin poder volver sólo para descubrir que, en realidad, el siglo XIX victoriano es muy distinto de como nos han contado y está poblado de muy extrañas criaturas: sectas de brujos egipcios en guerra, un payaso asesino que lidera una banda de mendigos del hampa londinense, un hombre lobo capaz de cambiar de cuerpo, un doble de Lord Byron programado para asesinar a la reina Victoria... ¿Podrá salir Doyle con vida de semejante embrollo y volver a su tiempo? ¿Y qué relación tiene su vida con la del enigmático poeta romántico Ashbless? Imprescindible.



Caballo de Troya, de J. J. Benítez (1984)

¿Cómo? ¿Una obra de J. J. Benítez aquí? ¿Es que estamos en el programa de Iker Jiménez o qué? Seguro que esto es lo que os habréis preguntado más de uno al ver su nombre en éste listado. No, no me he vuelto loco. Y es que, antes de que se le fuera la pinza definitivamente con sus sucesivas continuaciones y a asegurar cosas como que el argumento de las mismas le venía inspirado directamente por el mismo Dios, J. J. Benítez fue capaz de pergeñar esta entretenida obra de viajes en el tiempo que, no olvidemos, fue un completo record de ventas en su día, llegando a generar numerosísimas reediciones y nada menos que nueve, ¡nueve!, secuelas llegando incluso a hablarse de una posible adaptación cinematográfica a cargo del mismísimo Steven Spielberg. Aunque, al parecer, nunca quedó claro hasta que punto el propio Benítez había generado esos rumores, sólo el hecho de que la mayoría de la gente nos lo creyéramos da una idea de la popularidad de esta novela en su día. Y lo cierto es que, dejando al margen su hagiográfico y un tanto excéntrico (visitas extraterrestres incluídas) retrato de la figura de Cristo, lo que nos queda es una entretenida (y muy bien documentada históricamente) novela acerca del viaje de un par de astronautas americanos (la narración de como se hizo Benítez con el diario del astronauta está narrada con ingenio y verosimilitud) a la Jerusalén del siglo I armados de todo tipos de gadgets tecnológicos (la pérdida o el olvido de uno de los cuales, un micrófono oculto en la estancia de la Última Cena, será la excusa ideal para la primera de las secuelas) para investigar todo lo referente a la naturaleza de Jesucristo y la crucifixión.



El año del sol tranquilo, de Wilson Tucker (1984)

Otra novela hoy en día bastante olvidada y también ganadora del Premio Nébula. Chaney, un especialista en traducir textos proféticos bíblicos, ha traducido un texto que predice el fin de la civilización en el llamado "Año del sol inmóvil". Entra a formar parte de un proyecto que consiste en enviar a diferentes hombres en solitario, pues la máquina del tiempo solo puede enviar a una persona a cada vez, a diferentes momentos del futuro cercano. Después de unos cuantos viajes previos, en uno de los cuales, descubre a los Estados Unidos recorrido por sangrientos disturbios raciales, Chaney es enviado al año 2009, donde descubre un paraje desolado habitado por hombres temerosos que huyen de él por un motivo que sólo descubriremos entonces. El fin de la civilización, el "año del sol inmóvil" ha llegado antes de lo previsto debido a la inconsciencia humana. Incapaz de volver a su propio tiempo, Chaney se queda allí para ser testigo del fin de la humanidad en esta conmovedora novela de un tono hermosamente elegíaco.



  
Volver a empezar, de Ken Grimwood (1987)

¿Quién no ha soñado con poder volver a nacer pero con todos los recuerdos intactos para poder corregir todos los errores que cometió en vida y vivir la vida que a uno realmente le hubiera gustado vivir? Pues eso es lo que le sucede al protagonista de esta novela galardonada con el prestigioso Premio Mundial de Fantasía. Jeff Winston muere de un ataque al corazón para volver a encontrase en su cuerpo veinticinco años antes y con todos sus recuerdos intactos. Y así volverá a vivir su vida y a morir, sólo para descubrir que vuelve a nacer otra vez, y otra, y otra, pues Jeff Winston es un repetidor y pronto descubrirá que no es el único. ¿Podrá lograr en algún momento llegar a vivir una vida perfecta? Algo así como lo narrado en aquella película del "día de la marmota", Atrapado en el tiempo, pero unos cuantos años antes de que ésta se rodara. Una novela con un claro regusto nostálgico y emotivo y que cuya lectura nos deja con un buen sabor de boca.




El libro del día del juicio final, de Connie Willis (1992)

En un futuro cercano, el del año 2054, el viaje al pasado es posible mediante métodos científicos pero sólo está permitido para los historiadores y estudiosos de la Historia, quienes viajan en condiciones muy controladas sólo para investigar y tratando de interferir lo menos posible. Kivrin, una estudiante de Oxford que está `preparando su tesis, viaja a la Edad Media para estudiar la vida en el siglo XIV pero, por un accidente acaba atrapada en el pasado sin poder volver en medio de unos más virulentos ataques de la Peste Negra. Por su parte, sus compañeros del siglo XXI se ven atacados asimismo por una misteriosa enfermedad que coloca a toda la universidad en cuarentena y dificulta su rescate. Pronto se establece un paralelismo en la lucha con la enfermedad en ambos frentes, el medieval y el moderno, en una clara referencia a los estragos del SIDA en nuestro tiempo . Una novela que nos habla del espíritu de superación y de la capacidad del ser humano para enfrentarse a la muerte y la adversidad en todas las época y que obtuvo los tres premios más importantes del mundo de la ciencia ficción: el Nébula, otorgado por los escritores del género; el Hugo, otorgado por los lectores y el Locus, otorgado por los lectores de la revista más prestigiosa de la ciencia ficción. Más tarde Connie Willis ha escrito más novelas y relatos con los historiadores y viajeros temporales de Oxford como protagonistas.



Cronopaisajes, VVAA (1997)

En esta completa antología de relatos sobre viajes en el tiempo se reúnen algunas de las historias más conocidas sobre viajes en el tiempo escritas por algunos de los más populares autores del género y en todas sus variantes: historias de viajes al pasado, de viajes al futuro y de retorno al presente. Historias como: Los hombres que asesinaron a Mahoma de Alfred Bester (el primero autor en ganar el premio Hugo de novela), Algo para nosotros temponautas de Philip K. Dick (autor de las obras en que se basaron películas como Blade runner y Desafío total), Todo el tiempo del mundo de Arthur C. Clarke (autor de 2001 una odisea del espacio) La inestabilidad de Isaac Asimov (autor de Yo, Robot y La Fundación), Tiempo Intermedio de Ray Bradbury (autor de Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas), etc. Y junto a ellos se incluyen también relatos de algunos autores de ciencia ficción españoles como Misterio mayor de César Mallorquí (uno de los mejores escritores españoles del género y autor de una estupenda ucronía de la que hablaremos en la próxima entrada) o El día que hicimos la Transición de Ricard de la Casa y Pedro Jorge Romero, que ganó uno de los más importantes premios de la ciencia ficción española, el Premio UPC de ciencia ficción otorgado por la Universidad Politécnica de Cataluña. Pero si hay un relato archiconocido y que sin duda destaca sobre el resto éste es Todos vosotros zombies del ya mencionado Robert A. Heinlein, que, en una historia que resultó escandalosa en su tiempo y considerada por muchos como el mejor relato sobre viajes en el tiempo, propone la madre de todas las paradojas temporales: hay que leerla para creerla y, si queréis comprobarlo personalmente, lo podéis hacer AQUÍ (y por si aún no os he convencido... ¡además hay sexo!). Como curiosidad, ha sido recientemente adaptada al cine con el título de Predestination.




El mapa del tiempo, de Felix J. Palma (2008)

Y finalizamos este listado con una novela de un autor español que se convirtó gracias a ella en una de las últimas revelaciones patrias en el género de la ciencia ficción. Se trata de un inteligente pastiche que homenajea a H. G. Wells y su novela "La máquina del tiempo" en particular, además de a otros famosos autores de la literatura fantástica decimonónica como Bram Stoker, Henry James, etc. Estamos en 1896 y Wells es un autor de éxito gracias a la publicación un año antes de su novela La máquina del tiempo. Éxito que un industrial sin escrúpulos ha aprovechado para crear una falsa empresa de viajes temporales con las que hacerse rico a costa de la fe en el progreso del ingenuo público londinense. Es entonces cuando un atribulado personaje, Andrew Harrington aparece ante las puertas de Wells para que le ayude a viajar al pasado, a 1888, con la intención de salvar a su amada, asesinada por Jack el destripador. La sorpresa de Wells será mayúscula cuando descubra que, en contra de lo que creía, los viajes temporales sí son posibles y todo se complique con la llegada de un viajero temporal del futuro que tiene la intención de asesinarlo. La novela finaliza con un inteligente ejercicio de metaliteratura que desdibuja los límites entre ficcion y realidad y entre personaje y lector. Fue galardonada con el premio Ateneo de Sevilla de Novela en 2008 y supuso el inicio de la llamada Trilogia Victoriana, compuesta por otras dos novelas, El mapa del cielo (que homenajea La guerra de los mundos de Wells y la película La cosa de Carpenter) y El mapa del caos, ambas protagonizadas asimismo por H. G. Wells.




Y esto es todo de momento. Tal vez no estén todas las que son pero sí creo que son todas las que están. Espero que este listado os haya sido de utilidad tanto si ya sois ministéricos como si aún no (pues no me cabe duda de que si le echais un vistazo a la serie, lo seréis). Ahora ya sólo hace falta que comentéis cuáles son vuestras propias novelas favoritas sobre el tema y que añadáis alguna de vuestra propia cosecha.

En la próxima entrada nos meteremos de lleno con las ucronías (y no, no me he olvidado de los 47 ronin).

miércoles, 18 de mayo de 2016

Armada, de Ernest Cline


"Me gustaría dar mi más sincero agradecimiento a George Lucas, por crear la mitología que me acompañó durante mi juventud y hacer que mi corazón joven soñara con aventurarse entre las estrellas. Y a Steven Spielberg, porque su trabajo también ha tenido mucho que ver con la inspiración para esta historia [...] y al resto de trabajadores de Universal Pictures, por confiar en que esta historia también sería una peli muy buena y por crear muchas de las películas en las que se inspira".

Ernest Cline, autor de "Armada"





Starfighter. La aventura comienza ("The last starfighter", es decir, "El último starfighter" en su título original) fue una de esas muchas películas estrenadas al rebufo del éxito de Star Wars y sus secuelas, que tantas horas de diversión nos proporcionaron a la chavalería de los primeros años 80. Películas, algunas de ellas, que no iban más allá del fenómeno exploitation dando lugar a obras de calidad muy diversa pero que, mejores o peores, de lo que no hay duda es que de ocuparon un lugar importante no solo en las carteleras de entonces sino también en nuestros jóvenes corazoncitos de fans irredentos de la cf cinematográfica. Películas como Flash Gordon, Los siete magníficos del espacio, Star Crash. Choque de galaxias, El abismo negro, Star Trek y sus secuelas o, en televisión, Galáctica, estrella de combate (cuyo episodio piloto llegó a estrenarse en cines)... Ni siquiera James Bond pudo resistirse a salir al espacio en Moonraker.
 
Entre tanta proliferación de imitaciones, lo que hizo que Starfighter llegara a ser recordada con especial cariño entre muchos de aquellos jóvenes espectadores de aquella época estribaba en su argumento. Estrenada en 1984, Starfighter contaba la historia de un veinteañero, Alex Ross, integrante de una familia desestructurada (criado por su madre que no recuerdo si era viuda o estaba divorciada), habitante de un destartalado barrio de autocaravanas y sin un futuro claro por delante, que sólo destaca en una cosa: es un consumado jugador de las maquinitas de marcianos, de aquellas que proliferaban en los salones recreativos de los años 80 mucho antes de que, gracias a las consolas, los videojuegos empezasen a formar parte de todos los hogares. En concreto Alex es un fiera jugando a una máquina llamada Starfighter que, no se sabe muy bien por qué, está instalada en medio de su barrio de caravanas y es prácticamente el único entretenimiento de que disponen.
 
Y entonces, el día en que Alex Ross bate todos los records de la máquina colocándose en el primer puesto del ranking de jugadores, sucede lo inesperado: un viejo que conduce un destartalado DeLorean se descubre como un alienígena encubierto con aspecto de tortuga que viene para llevarse consigo a Alex Ross al espacio. Resulta que la maquinita de marcianitos (que por error había sido instalada en el barrio de Alex en lugar de en medio de una gran ciudad) no es tal sino, en realidad, un medio para detectar a potenciales geniales pilotos de cazas estelares con el objetivo de reclutarlos para un cuerpo espacial de élite (los starfighter del título) que defienda a la galaxia de las maquinaciones del malvado tirano de turno, ansioso por destruir cuanto planeta o raza pacífica se le ponga por delante. Y así, después de llevárselo al espacio en su coche volador (el mismo coche que sólo un año después aprenderíamos que también era capaz de viajar en el tiempo, condensador de fluzo mediante) y de un montón de peripecias que incluyen el exterminio de todos los demás starfighters a excepción de Alex (de ahí el título original de la película), éste logra derrotar al villano, salvar a la galaxia y quedarse con la chica. FIN. 
 
 
El coche de "Regreso al futuro" ¡también podía volar!
 
 
Y ahí está, la película que realmente supo plasmar como ninguna la fantasía masturbatoria por excelencia de todo adolescente friki de los 80: pensar que cuando estábamos jugando a las maquinitas no estábamos perdiendo miserablemente el tiempo en lugar de estudiar como nos solían abroncar nuestros padres, no, sino, ¡ojo!, entrenándonos para ser pilotos estelares y que en cualquier momento podría bajar a reclutarnos un amistoso marcianito para darnos la oportunidad de convertirnos en Luke Sywalker o Han Solo. ¡Ahí es ná!
 
No conozco a ni chaval de la época que viera la película que no fantaseara, aunque fuera al menos un minuto, con lo cojonudo que sería aquello.
 
 
Sí, señores, cuando jugábamos a esto...
¡nos estábamos entrenando para salvar la galaxia!
 
 
¿Y por qué os cuento todo este rollo? Pues porque no me cabe duda de que Ernest Cline (nacido en 1972, sólo dos años después que yo), friki donde los haya, fue uno de esos adolescentes que babearon literalmente en su momento con la citada fantasía y Armada, su segunda novela tras su impresionante debut con Ready Player One (reseñada en este mismo blog unas pocas entradas antes) no es sino el particular homenaje que le rinde el escritor a esa película en particular y, en general, a todas aquellas space operas cinematográficas de los años 80.
 
He leído muchas críticas de Armada donde la ponen, casi sin excepción, a caer de un burro pero la mayoría de esas críticas (realizadas por lo que he podido ver, por muchos blogueros, de la generación inmediatamente posterior a la de los 80)  parten de la base de su comparación con su novela anterior, Ready Player One y no mencionan lo obvio: que esta novela no es sino un simple divertimento del autor en forma de claro remake/pastiche/homenaje (elíjase el término que se prefiera) de Starfighter. La aventura comienza sin ninguna pretensión más allá de ello. ¿La exculpa eso de sus defectos (que los tiene y no son pocos)? No, o, al menos, no de todos pero sí de unos cuantos que se le achacan.
 
Veamos primero el argumento de Armada: Zack Lightman es un joven adolescente  de 19 años que vive a solas con su madre (su padre murió precisamente a los 19 años en extrañas circunstancias al poco de nacer él) y que tiene problemas en el instituto por no poder controlar su ira. En sus horas libres trabaja en una tienda de videojuegos y en lo único en que destaca realmente es jugando al videojuego de moda, Armada, que consiste en defender a la Tierra de una invasión extraterrestre, y en la que ocupa el sexto puesto en el ranking mundial. Aparte de por los videojuegos, Zack está obesionado con su desaparecida figura paterna,  sobre todo después de descubrir un diario suyo en el que plasmó una absurda teoría conspiratoria según la cual todas las películas de ciencia ficción y videojuegos de marcianitos estrenadas o creados desde finales de los 70 hasta ahora estaban diseñadas con un claro propósito: preparar a la humanidad ante una eventual invasión alienígena. Absurdo, sí, o eso es lo que pensaba Zack hasta que un día mientras remolonea en clase mirando por la ventana ve aparecer una nave extraterrestre igualita a las que él suele atacar en su juego. Y poco después una nave espacial de una supuesta Alianza Defensiva Terrestre aterriza delante del instituto para informarle de que, gracias a sus altas puntuaciones en el juego, ha sido reclutado para defender a la Tierra de una invasión extraterrestre que va a producirse al cabo de unas pocas horas.
 
 
Zack Lightman, un adolescente que se va a encontrar con su fantasía hecha realidad...
 
 
Después de todo, resultó que su padre tenía razón en sus teorías, que su jefe de la tienda de videojuegos no era sino un alto oficial de la Alianza que estaba vigilando sus progresos y que, finalmente, el destino de toda la Tierra va a depender de él y de su habilidad con las maquinitas. ¿O no? Porque, pronto, Zack Lightman empezará a sospechar que también hay gato encerrado y que a lo mejor no todo lo que les ha contado la Alianza es totalmente cierto...
 
Y hasta ahí puedo leer...
 
Como podéis ver, la novela sigue casi punto por punto el planteamiento y el desarrollo de Starfighter. La aventura comienza sólo que adaptado a los tiempos actuales (donde antes estaban las máquinas de marcianitos ahora son consolas de videojuegos, etc.): el chico huérfano de padre que es un astro de los videojuegos, el juego que no es sino un medio para reclutar pilotos, el amigo/mentor que es un miembro del ejercito defensor, la amenaza extraterrestre...
 
Además la novela se encuentra trufada de guiños y referencias, a veces casi excesivas, a películas, videojuegos y música de los años 80. A algunas de las ya mencionadas en párrafos anteriores, la novela hace continuas referencias en sus diálogos a otras como: Aliens, 2010 Odisea 2, Encuentros en la tercera fase, Terminator... y, especialmente, Águila de acero (la otra influencia clave en la novela). Y todo ello aderezado con la música cañera de grupos ochenteros como Queen, AC DC, Pink Floyd, ZZ Top, etc.
 
 
¿Os acordáis de esta macarrada de película? !Mucho más divertida que Top Gun!
Nótese el parecido en la pose del protagonista, piernas abiertas, casco en mano,
con la del prota de Starfighter...
 
 
Y ello es así porque, tanto el padre del protagonista de la novela como su vástago, al igual que el protagonista de la película cuyo póster podéis ver encima de estas líneas, tenían la manía de ponerse música cañera ochentera en sus auriculares para pilotar mejor sus cazas... (algo que también comparten con el protagonista de la reciente Guardianes de la galaxia. ¿Revival de los 80?).
 
¡Si al final del libro hasta viene una lista de reproducción de la música citada!
 
 
¡La banda sonora del libro!


Bueno, dicho todo esto, vamos ahora con algunas de las críticas que se le han hecho al libro y, de paso, iré comentando con cuales estoy de acuerdo y con cuales no para, finalmente, dar mi conclusión personal acerca de la novela:
 
1. La novela es muy inferior a Ready Player One. Repite sus mismos trucos narrativos pero peor.
Parcialmente de acuerdo. Sin embargo creo que aquí el problema de fondo son las expectativas creadas por tan impresionante debut y, que seamos sinceros, eran difíciles de igualar. Digamos que Ready Player One iba dirigida a un público muy concreto, aquellos que pasamos nuestra adolescencia en los años 80, y por eso estaba repleta de guiños a la cultura popular de aquella época pero aún así fue capaz de alcanzar a un público muchos más amplio debido a otra serie de factores como, por ejemplo, el proponer una serie de reflexiones muy interesantes acerca del papel que puede jugar en nuestras vidas en un futuro no muy lejano los avances en la realidad virtual. Si a ello añadimos que la estructura de su primera novela estaba basada en la sucesiva resolución de unos enigmas (en cuya resolución  se lograba implicar al propio lector) de dificultad creciente pero no por ello imposibles (hasta yo deduje la solución de uno de ellos), el éxito de la misma estaba casi cantado.
 
Es cierto que en Armada el autor ha tratado, en cierta manera, de repetir la jugada repitiendo algunos esquemas argumentales (protagonista friki/inadaptado que, de repente, gracias a su habilidad en los juegos se ve convertido en héroe, amigos/compañeros frikis que le ayudan a completar su tarea amén de proporcionar algunos momentos cómicos, batallas con naves espaciales y robots gigantes a tutiplén, etc.) y estilísticos (las continuas alusiones a la cultura popular de los 80 especialmente en lo que respecta al cine, la música y los videojuegos) pero con resultados muy inferiores.
 
Ello es debido, en mi opinión, a varios factores:
 
Por un lado a la ausencia de novedad. En ese sentido, la comparación ha jugado en su contra pero no puedo dejar de preguntarme... ¿habría sido la recepción de Armada tan mala de no haber existido Ready Player One? ¿Y si Armada hubiera sido el debut de Cline en vez de la otra novela? ¿Cómo la habrían juzgado? No me cabe duda de que mucho mejor.
 
Por otro lado también estoy convencido de que así como Ready Player One fue capaz de llegar a un público más amplio aparte de la "generación ochentera" por esos otros factores que he mencionado, al ser una novela planteada, prácticamente, no sólo como un remake en toda regla sino como, incluso, como una "carta de amor de fan" a dos películas tan ochenteras como Starfighter y Águila de acero (películas, por otra parte, hoy en día muy olvidadas y que seguramente muchos jóvenes ni han visto) era muy difícil, por no decir imposible, que esta novela pudiera llegar a todos aquellos que no tengan una fuerte conexión emocional con esas dos películas o algunas de las otras referenciadas en el libro. En cambio, en Ready Player One la peripecia argumental se sostenía por si misma sin necesidad de conexiones  emocionales algunas con los años 80.
 
Dicho en cristiano: Ready Player One era una novela disfrutable por todos y, especialmente, por los nostálgicos de los años 80. Armada es una novela disfrutable casi exclusivamente por nostálgicos de los años 80 en general y, especialmente, por los de Starfighter. la aventura comienza. En ese sentido, yo sí la he disfrutado.
 
2. En Armada el contexto no está trabajado como lo estaba en Ready Player One.
Totalmente cierto, pero con un matiz importante: Ready Player One transcurría en un futuro cercano (pero en el futuro) mientras que Armada transcurre casi en nuestro presente (en 2018 para ser exactos). Por eso el contexto en Ready Player One (mundo en plena y galopante crisis económica, energética y medioambiental, superpoblación, etc.) es mucho más importante, narrativamente hablando que en Armada puesto que, al transcurrir en nuestros propios días se supone que todos los conocemos y no necesita, por tanto, de una descripción detallada. Aquí otra vez la crítica se encuentra mediatizada por la comparación con Ready Player One.
 
3. Armada no es sino un plagio de El juego de Ender.
Falso. Completamente en desacuerdo. Se trata, como ya he explicado de un remake (no un plagio puesto que en ningún momento oculta cual es si intención e influencias) de la película Starfighter, con la que, evidentemente, la novela El juego de Ender (o el relato que le dio lugar) comparte similitudes temáticas evidentes (no en vano tanto la película como el relato son hijos de la misma época, la del nacimiento y el boom de los videojuegos). Que esta sea una de las críticas más repetidas es lo que me hace pensar que muchos de quienes las emiten son gente que o no ha visto esta película o la conocen sólo de oídas por ser de una generación posterior a la del escritor de la novela o yo mismo.
 
Sí, se parecen, pero no son lo mismo...
 
4. En Armada las referencias a los 80 no tienen una justificación argumental como sí la tenían en Ready Player One.
Falso. Otra vez con la comparación... Es cierto que en Ready Player One, las referencias a los años 80 estaban mucho más imbricadas en la trama que en Armada puesto que los enigmas cuya resolución era la clave de la novela tenían todos ellos que ver con los años 80 pero, seamos coherentes, ello no dejaba de ser una elección totalmente arbitraria debido a la edad del autor de la novela, es decir, el autor decidió que los enigmas tuvieran que ver con los años 80 de igual modo que pudo haber decidido que tuvieran relación con cualquier otra cosa. ello no quiere decir que las referencias ochenteras de Armada no tengan justificación y estén ahí plantadas porque sí.
 
De hecho, las referencias a los 80 están plenamente justificadas en la novela: el padre del protagonista nació en 1980 y, por tanto. es un fanático de la música, los videojuegos y el cine de la época. ¿Y cuál fue el genero cinematográfico dominante durante los años 80? Sin duda la ciencia ficción y los blockbusters marca Spielberg (junto, tal vez, con el terror). ¿Y no es plausible que si un chico no ha conocido a su padre porque murió antes de nacer él, se obsesione con su figura y con las cosas que le gustaban y los recuerdos que le dejó? Por eso no es extraño que el protagonista de la novela también sea también un fanático de los años 80 pese a haber nacido en el 2001. Se supone, además, como ya hemos contado que, todas las películas y juegos de ciencia ficción de la época están relacionadas con una conspiración gubernamental para condicionar a la población ante una supuesta invasión alienígena. Por tanto, todas las alusiones a esas películas y juegos están más que justificados. ¿Qué llegan a resultar, quizás, un poco excesivas y demasiado recurrentes en los diálogos? Lo concedo pero seamos francos... ¿cuántos de nosotros (y me refiero a los de cuarentaytantos), si nos pasara lo mismo que al protagonista de la novela y nos viéramos en esa situación tan "de película", podríamos evitar soltar todos esos chascarrillos que tantas veces hemos oído?

 
Una de las muchas citas del libro y, francamente...
¿quién se resistiría a utilizarla de tener la oportunidad?
 
 
5. La novela carece de suspense o emoción porque los combates son entre drones.
Unas cuantas críticas que he leído y he visto (en YouTube) por ahí decían que los combates en la novela carecen de emoción porque los protagonistas pilotan drones es decir, naves o robots por control remoto, y que, por tanto, cuando estos son destruidos ellos no mueren, se limitan a coger otro dron y ya está y, como no mueren, no hay emoción.
 
En el planteamiento de la novela eso es completamente incorrecto: los protagonistas, efectivamente, pilotan naves y controlan robots a distancia por control remoto, pudiendo coger otro inmediatamente si el que llevan en el momento es destruido pero en la novela... 
 
a) Los drones no son interminables, es más, las fuerzas alienígenas atacantes inmensamente más numerosas que las de los defensores terráqueos por lo que...
 
b) el objetivo de los pilotos de drones es intentar evitar que los alienígenas lleguen hasta el lugar donde se encuentran ellos pilotando a distancia porque si llegan hasta allí y les dan un buen petardazo...
 
c) Mueren
 
Es decir, los personajes de la película sí pueden morir, aparte de muchas otras situaciones (drones que se quedan sin energía o comunicaciones en el momento menos oportuno, etc.), y, de hecho, unos cuantos mueren en las batallas. Si la novela puede que carezca de cierto nivel de suspense o emoción no es tanto debido al planteamiento de las batallas espaciales sino al punto que cito a continuación.
 
6. Es muy previsible.
Completamente cierto pero es que esta novela es un remake, es decir, una nueva versión de una historia que ya nos han contado antes sólo que contada de otro modo y con alguna variación y ¿acaso no son previsibles todos los remakes? En ese sentido, cualquiera que conozca las fuentes originales y haya leído (o visto) una cierta cantidad de ciencia ficción es perfectamente capaz de adivinar el desarrollo de la novela e incluso el supuesto "giro de tuerca" de los últimos capítulos (que tampoco es tal puesto que se nos ha ido anticipando durante todo el libro). Pero es que no creo que Cline haya pretendido escribir una novela "original" (otra cosa es lo que los lectores esperasen) sino simplemente una novela entretenida al estilo de aquellas space operas cinematográficas palomiteras que veíamos en los años 80. y en ese sentido lo ha conseguido plenamente. Eso sí, el que lea este libro esperando encontrar ideas originales o especulación cienciaficcionera de altura  a la altura de un Neal Stephenson o un China Mieville, por poner un par de ejemplos, se sentirá decepcionado sin duda, es cierto, pero es que no creo que Ernest Cline pretenda, ni mucho menos, jugar en esa liga. Él está más bien en la línea de autores como John Scalzi (y tal vez un peldaño por debajo de éste), Lois McMaster Bujold, etc.
 
7. Está muy mal escrita.
Antes de nada, definamos: ¿qué es "estar mal escrita"? Evidentemente, Cline no va a pasar a la historia de la ciencia ficción por ser lo que se dice un "estilista". Su estilo literario es sencillo, sí, sin florituras y, en ocasiones, puede que hasta plano, pero de lo que no hay duda es de que es tremendamente ágil y efectivo: en mi caso, ha sido capaz de que, aunque conocía perfectamente cual iba a ser el desarrollo y hasta el desenlace de la novela, agarrarme desde el principio y tenerme enganchado hasta el final y hacer que la devorara prácticamente en tres días. ¿Eso es "estar mal escrita"? A mí me basta con que no me aburra y, en verdad, Armada podrá ser poco original, simplona y todo lo que se quiera pero, lo que se dice aburrir, no aburre.

Lo cual no quita para reconocer, por otro lado, que algunos diálogos son muy malos, casi propios de una telenovela barata (por lo cursis) como aquellos entre Alex y su familia o Alex y su "churri" y uno en concreto, en el último capítulo, entre Alex Ross y el Emisario que da hasta un poquito de vergüenza ajena.

 
 
En conclusión: ¿todo lo que he dicho quiere decir que Armada es una buena novela de ciencia ficción? Pues no y, evidentemente, no pasará, ni mucho menos a la historia del género. Pero eso tampoco quiere decir que sea el pestiño que muchos andan pregonando por ahí. He leído libros de ciencia ficción muchísimo peores.
 
Si tuviera que resumirlo de alguna manera diría que Armada es "una mala novela de ciencia ficción" pero una "buena película de ciencia ficción puesta por escrito". Me explico: si somos sinceros y nos paramos a pensarlo, la mayoría de las películas de ciencia ficción (quitando algunas excepciones como 2001 o Blade Runner) son buenos productos de entretenimiento pero muy malas desde el punto de vista de la ciencia ficción entendida ésta como género especulativo y, en ese sentido, en el de la pura originalidad de ideas o de la prospección futura, encontramos muchas más obras de calidad en la ciencia ficción literaria. Y eso pasa incluso en películas basadas en novelas de ciencia ficción de altura que, al pasar a su versión cinematográfica, ven su complejidad reducida, como no podía ser de otro modo, a causa de los distintos lenguajes de ambos medios (aunque hay excepciones, ya digo).
 
En ese sentido creo que no se puede valorar a Armada sin tener en cuenta que Cline la ha escrito sin perder de vista todos esos referentes cinematográficos y tratando de imitarlos, antes que intentar escribir una buena obra de género y como prueba de lo que digo está la cita del propio Cline con la que he iniciado esta entrada y que he extraído de los agradecimientos del libro.
 
De hecho, cuando leía Armada no podía dejar de repetirme mentalmente cosas como: "qué buena película haría esto" o "esta escena quedaría genial en pantalla" y, sinceramente, estoy convencido de que, desde que Cline se enteró de que su amado Spielberg iba a dirigir la adaptación cinematográfica de Ready Player One, ha escrito esta su segunda novela con el ojo puesto en todo momento en su posible futura adaptación cinematográfica antes que en la calidad estrictamente literaria. La prueba está en esta línea de dicha cita:
 
"dar las gracias a [...] y al resto de los trabajadores de Universal Pictures, por confiar en que esta historia también sería una peli muy buena".
 
Da toda la impresión de que Cline ha escrito esta novela no como si fuera una novela de ciencia ficción sino como la "novelización" de una película de ciencia ficción aún por estrenar y, en ese aspecto, antes que compararla con otras obras clásicas de la ciencia ficción o incluso con Ready Player One (que Cline escribió sin llegar a soñar que pudiera siquiera llegar a ser trasladada al cine) debería ser comparada con otras novelizaciones de éxitos de la época como las que llegaron a realizar autores, por otro lado tan competentes, como Alan Dean Foster (autor de las novelizaciones de Star Wars, Alien y Aliens, Alien Nation, las nuevas Star Trek), Donald F. Glut (El imperio contraataca), Piers Anthony (Desafío Total, sí se hizo una novelización de la película pese a estar basada en un relato de Philip K. Dick), etc. o con las llamadas "novelas de franquicia" como las pertenecientes al universo Star Trek o Star Wars , algunas de las cuales son verdaderamente infumables y muy por debajo del nivel de esta obra de Cline.
 
En definitiva: si tuviera que resumir mi crítica de Armada de Ernest Cline en una sola frase diría que "le ha salido una novela bastante malilla pero una película cojonuda". Yo la iré a ver, desde luego.
 


 
 
 
(Y después de este interludio continuaremos en la próxima entrada con un nuevo capítulo en la emocionante historia de Los 47 ronin).